Uno de los zares de Rusia, caminando en su parque un día, se encontró con a un centinela parado delante de una pequeña parcela de maleza. El zar le preguntó qué estaba haciendo allí. El centinela no lo sabía. Lo único que podo decir fue que se le había ordenado mantener su posición de deber por el capitán de la guardia. El zar entonces envió a su ayudante para preguntarle al capitán de la guardia. Pero el capitán sólo podía decir que el reglamento estipulaba tener un guardia en ese lugar en particular. Su curiosidad se había despertado.
El zar ordenó una investigación. Pero ningún hombre vivo en la corte podía recordar el momento en que no había habido un centinela en dicho puesto, y nadie podía decir por qué estaba allí, o lo que él estaba custodiando. Por último, los archivos se abrieron y después de una larga búsqueda, se resolvió el misterio. Los registros mostraron que Catalina la Grande había plantado un rosal una vez en esa parcela de terreno y un centinela había sido puesto allí para ver que nadie lo pisoteara. El rosal murió, pero a nadie se le ocurrió cancelar la orden, y así durante muchos años el lugar donde había estado el rosal una vez fue custodiado por los hombres que no sabían lo que estaban custodiando. Se convirtió en una tradición. Realmente no sabían por qué paraban allí. Simplemente allí se paraban. Sigue leyendo